jueves

Y es por eso que la niña dormía tanto.

... De pronto abrió sus ojos y se encontró tendida en la espesa hierba de un campo tan amplio como es imaginable... sólo conseguía ver el horizonte.
Intentó levantarse, mas fue en vano: algo le presionaba el pecho. Deseó no tener ese dolor para tan solo recorrer las colinas verdes donde yacía, y de las que no tenía idea alguna. No tenía siquiera noción del tiempo... De improviso, su dolor desapareció y sintió como si su alma se llenara del espíritu de alguien más. Se puso de pie, aun confundida por lo ocurrido, y comenzó a caminar... sólo caminar, sin rumbo ni prisa.
Todo lo que ahí había era nada -en otros lugares- pero ahí esto era todo lo que tenía en ese momento: colinas infinitas de pasto verde, que danzaba con el viento. Y a esas alturas, parecía lo unico real.
Todo se le hacía hermosamente conocido, desde los olores hasta la temperatura, perfecta... Quizas de un sueño.
Cerró sus ojos y respiró la naturaleza... se impregnó del olor de la tierra, de su sabor... Cuando volvió a abrirlos se encontró en la entrada de un bosque.
- ¡Vamos, te está esperando! - Escuchó. Era un pájaro pequeño y anaranjado- Yo te guiaré hasta él.
Camino guiada por la bola de plumas naranjas, y llegaron a un claro del bosque. En medio había un gran sillón verde {sí, un sillón} y en frente de éste un televisor. El aparato le impedía ver la cara de quién estaba en el sillón. Sólo podia ver una calva y una mano apoyada en el mueble.
Con entendible curiosidad, y casi por inercia, se acercó, hasta que por fin quedó a pocos pasos de él. Y pudo por fin ver su cara. Era un señor de edad, pálido, de nariz puntiaguda y roja, manchas en las manos y en la frente, ojos verdosos y cabello perlado. A pesar de que estaba a pocos metros de distancia, lo veía borroso, como si estuviera pintado a acuarela. El pajarito que fuese su guía yacía ahora en su hombro. Parecía como si el hombre estuviese dispuesto a hablar. Ella esperaba una explicación de donde estaba, cómo había llegado aquí y, sobre todo, quién era él. Por el contrario de todo lo que ella esperaba, el hombre se levantó lentamente y en silencio. Cuando se acercó más aún, pudo ver su semblante sereno y cálido. Él extendió su mano, y ella comprendió que debía tomársela. Al contacto de sus manos el lugar cambió volviéndose todo mas brillante y cálido. Pudo recordar algunas cosas, y ahora aquel señor no era un señor cualquiera, su nariz ya no era tan puntuda ni roja, sus manchitas parecían decorarlo perfectamente, sus ojos destacaban brillantes como luciérnagas, y su cabello era más brillante que la luz lunar. Pudo sentir su calor, ese calor paternal y que tanto extrañaba. Lo abrazó como antes y hundió su cabeza en su pecho, sintió su aroma, ese aroma tan único y protector.
Las luces aumentaron repentinamente y se encontró en un cuarto sumamente iluminado. Una voz suave y tranquila le dijo: "Aquí estuve, aquí estoy y aquí siempre estaré: Presente en cada piedra de tu camino, cada pasto que pises, cada pajarillo que veas. Cuando dudes escucha a tu alma que, libre como un ave y segura como el suelo que pisas a diario, te guiará siempre. Cuando me extrañes sólo cierra tus ojos y respira hondo, el viento te llevará mi escencia. Cuando no sepas dónde y cómo dar el siguiente paso, seré la fuerza que mueva tu pie. Y cuando quieras un consejo, toma una siesta y ven a conversar un rato, porque aquí es donde siempre estuve, siempre estoy y siempre estaré. En tu mente, en tu alma... en tu corazón."
Despertó, pero tuvo ganas de volver a dormir para ver a su abuelo. Y así lo hizo muchas veces más.

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